“En mi camino aparecieron voces firmes, generosas y exigentes, que me enseñaron a escucharme, resistir, persistir y crear con humildad. Gracias a ellas, el teatro musical llegó a mi vida”.
—Pepe Posada
Antes de todo, estuvo ella. Fátima del Rosario, mi maestra de teatro en la preparatoria. No solo sabía enseñar: sabía transmitir su pasión, su alma, su fuego. Hizo clic conmigo desde el primer momento, y me dejó claro —sin rodeos— lo que a mí me gustaba de verdad.
Fátima me sacó de mi zona de confort. Me empujó a cantar, a bailar, a enfrentar mis inseguridades y mis miedos. Me mostró que el arte no es solo técnica: es valentía. Y que el escenario no espera a que estés listo… te llama cuando menos lo esperas.
Gracias a ella, me atreví a dar ese primer paso. Y ese paso cambió mi vida.
Mi debut fue en Working, un reto titánico: actuar, bailar y cantar… ¡todo a la vez! Me tocó cantar un número de solista, ¡Qué atrevido! Fathers and Sons, una canción compleja, sin saber realmente cantar y mucho menos usar un micrófono lavalier. Pero bien dicen el que nada sabe, nada teme… pero lo logré. Es impresionante la primera vez que te paras en un escenario, cuando se abrió el telón el día del estreno, supe que todo —el dolor muscular, el esfuerzo, los nervios— valía la pena. Y que jamás querría bajarme del escenario.
Después vinieron RUR Robots, Prohibido Suicidarse en Primavera y finalmente A Chorus Line, donde mi mayor reto fue bailar tap. Yo, el más descoordinado del salón.
Un día escuché a la maestra de tap comentar que nunca podría bailar . ¿Qué, qué!? ¡QUÉ, QUÉ! Soy Tauro y soy terco! Además, nací el día de San Pascual Bailón… algo me tenía que ayudar no lo crees.
Y así comenzó mi historia de rayar pisos con mis taps… y luego lavarlos de rodillas para borrar la evidencia.
Al final logré el papel que deseaba en A Chorus Line y pude bailar.
si yo hubiera permitido que el comentario me afectara hoy sería un frustrado contador público con dinero y abolengo… pero con el alma triste.
Al terminar la preparatoria, mi compañera Rebeca Conchas me habló del Taller de Teatro del Teatro San Rafael. Sin pensarlo, le dije que fuéramos. Pero había un pequeño detalle… teníamos que pasar una entrevista con esa señora del pelo blanco. ¿Cómo creen que yo iba a poder contestarle algo si me daba miedo pedir mi comida en un restaurante o preguntar dónde estaba un calle?
Nos lanzamos. Rebeca pasó primero.A mi me sudaba hasta la conciencia.de los nervios. Me sentaron en un sillón y al fondo, en un escritorio lleno de papeles y un cenicero de doble piso, estaba ella: Doña Fela Fábregas. Cuando me tocó pasar, antes de que me sentara preguntó: “¿Y usted por qué cree que puede venir a estudiar aquí?”. Yo casi me desmayo. Algo me decía di buenas tardes date la media vuelta y no mires hacia atrás, pero algo más fuerte me decía quédate, responde con calma … y logré ser admitido.
Comencé a tomar clases de teatro musical con Mario Mejía, actuación con Carmen Montejo y tap con Gabriela Sala. El destino está trazado. Nada es coincidencia. Cada persona, cada situación, cada pérdida… te lleva al camino adecuado, aunque en el momento no lo entiendas.
Fela Fábregas más adelante se convertiría en mi jefa, mentora y compañera de mil aventuras.
Gabriela Salá fue un ser muy especial en mi camino. Amorosa, exigente y absolutamente profesional. No era una mujer joven… pero bailaba como la mejor. Con ella aprendí que el talento no tiene edad, y que la elegancia y el talento se mide en precisión, no en años.
Me enseñó a organizar, a estructurar mi pensamiento, a plasmar los pasos y las coreografías en papel, comprendÍ que cada paso tiene lógica, intención y ritmo. SI algo te cuesta trabajo, seguramente es porque lo estas haciendo mal. Su disciplina y su temple eran impresionantes. Gabriela no solo formaba bailarines: formaba artistas con carácter.
Gracias a ella descubrí algo que me acompaña hasta hoy: uno nunca “llega”. Siempre hay algo más que estudiar, perfeccionar, afinar. El arte no tiene cima, solo caminos. Y Gabriela fue una brújula luminosa en el mío.
Llego la hora de decidir qué estudiar. Leí y releí planes de estudio, pero nada me llamaba. En el examen de habilidades de la prepa salí para sacerdote y matemático. ¡No lo podía creer! ¡QUÉ ERROR!
Hasta que un día acompañé a mi madre a hacerse unos estudios y vi una computadora. No era algo común, ya se era la era de piedra de la computación.
Estudiar sistemas fue una decisión estratégica. Me dio estructura, lógica, y una visión técnica que más adelante sería vital para mis proyectos creativos, educativos y digitales. Mientras programaba algoritmos, mi corazón seguía latiendo en compases de 8 tiempos. Todo el día ansiaba que llegara la hora de tomar mis clases, ahi no importaba el tiempo yo era feliz.
n, así que dije: “Voy a estudiar sistemas”. Y así sucedió: ingresé vi en que universidad me latía y me metí a la Universidad Iberoamericana, que estaba a unas cuadras de mi casa.
Durante toda mi carrera armé todos mis horarios universitarios en función de mis clases de baile, que comenzaba a tomar en el sur de la ciudad con un maestro llamado Roberto Ayala. Ahí conocí a Ana María Collado, que con el tiempo se convertiría en mi complice de aventuras.
Después de Gabriela, llegaron dos pilares que marcaron mi formación: Roberto Ayala y Ana María Collado. Ellos me enseñaron la técnica de Dance Masters of America, y lo hicieron con una combinación perfecta de exigencia, generosidad y visión.
Ana María es obsesiva con la claridad y precisión de los pasos y los sonidos. Roberto, por su parte, te entrenaba como si fueras a correr un maratón: técnica, resistencia, enfoque y pasión por el teatro musical. Juntos eran una dupla inigualable.
En mi caso lograron pulir a un diamante más que oculto. Me apoyaron, me ayudaron, y me brindaron —hasta hoy— su amistad. Soy un ser afortunado por los ángeles que me he encontrado en mi camino. Porque más allá de la técnica, me enseñaron que el arte también se construye con vínculos, con confianza, con esa chispa que se enciende cuando alguien cree en ti antes de que tú lo hagas o te des cuenta de tus capacidades o talentos.
“Las voces que me formaron sembraron en mí la disciplina, la pasión y el respeto por el teatro. Gracias a ellas, el telón dejó de ser promesa y se convirtió en realidad. Así llegó el momento: cuando el sueño se volvió destino y el teatro dejó de ser anhelo para convertirse en mi forma de vida.”
— Pepe Posada
