«Reventón», una obra escolar escrita y producida por Mónica Coronel, tuvo años de éxito bajo su dirección y actuación. Con el tiempo, Mónica me invitó a dirigir una nueva versión de su propia creación, buscando darle un aire fresco y contemporáneo que conectara aún más con el público joven. Para ello, audicioné y seleccioné a dos talentosas exalumnas del Centro Cultural Virginia Fábregas: Nina Contal y Joy Medina, quienes, con su entrega, le dieron vida a los personajes centrales.
Mi objetivo era transformar «Reventón» en una experiencia más cercana y real para los estudiantes. Queríamos que el mensaje de la obra resonara profundamente, generando conciencia sobre la drogadicción y los prejuicios que esta conlleva. La trama de «Reventón» aborda la influencia, tanto positiva como negativa, que nuestros amigos pueden ejercer, y cómo estas decisiones afectan drásticamente nuestras vidas. La obra narra la historia de una joven que, sin la madurez necesaria para afrontar sus problemas, es arrastrada al mundo de las drogas por una amiga distribuidora, llegando incluso al suicidio. La historia también explora la disfunción familiar, mostrando a una protagonista con una madre ausente debido a su trabajo, y la falta de cercanía emocional.
La nueva versión de «Reventón» fue recibida con gran éxito en cuatro escuelas, logrando su propósito de impactar y generar reflexión. Sin embargo, la llegada de la pandemia interrumpió abruptamente el proyecto, obligándonos a suspender las presentaciones.
A pesar de esta pausa inesperada, el mensaje de «Reventón» sigue siendo tan relevante como siempre. Esta obra no solo es un testimonio del talento de las jóvenes actrices y del equipo creativo, sino también un recordatorio de la importancia de abordar temas sensibles que afectan a nuestra juventud. El legado de Mónica Coronel como autora y productora, junto con el esfuerzo de esta nueva puesta en escena, refuerza el poder del teatro como herramienta de cambio social.
Confieso que los nervios me jugaron una mala pasada al principio. Recuerdo vívidamente cuando Luigi Vidal, en nuestra primera reunión, soltó que bailaba tango «casi desde que nació». ¡Gulp! Yo, sin la menor idea de tango, me preguntaba: «¿Qué voy a hacer en ‘El Che Araña’?» Mi obsesión fue tal que el día que teníamos que montarlo, caí enfermo con 40 de fiebre. Pero, ¿sabes qué? Al final, todo salió a pedir de boca.
Cada número era un reto en sí mismo, un lienzo en blanco esperando ser coreografiado: ¿cómo haríamos marchar a «Todas las Vocales» o daríamos vida a «Los Animales de Caminito de la Escuela»? Y el gran desafío: ¿cómo transformar la araña de «El Che Araña» en un Cri-Cri que, ¡sorpresa!, baila tango con una cucaracha? La música de Cri-Cri es simplemente mágica, con sus letras descriptivas y estilos de composición que son un festín para cualquier melómano.
«Reventón» marcó un hito personal para mí: fue mi primera experiencia en el teatro escolar y mi inicio como director actoral. Recuerdo con gran satisfacción el resultado que logramos con Nina Ontal y Joy Medina. Este éxito inicial no solo me llenó de orgullo, sino que también encendió una chispa en mí.
A partir de esa experiencia, decidí que era momento de profundizar mis conocimientos y habilidades. Quería tener más «armas» para enriquecer mis montajes coreográficos o, ¿por qué no?, aspirar a ser un director de escena y coreógrafo completo, al estilo de las producciones de Broadway. «Reventón» fue el punto de partida que me impulsó a buscar una capacitación más formal y a explorar nuevas facetas dentro de las artes escénicas.
El COVID detuvo al mundo. Los escenarios teatrales y los eventos masivos enmudecieron, y esa parálisis no solo cerró mis fuentes de trabajo, sino que marcó el inicio de una crisis económica que jamás pensé enfrentar. A esto se sumó que, después de 25 años de dedicación al Centro Cultural Virginia Fábregas, la llegada de un pseudo director significó mi salida, sin una sola palabra de agradecimiento. Aunque gané la demanda laboral que interpuse, ellos se ampararon y nunca pagaron.
El embate del COVID se ensañó dos veces conmigo, dejándome secuelas en la memoria que, gracias a la ayuda incondicional de mis alumnos —especialmente Alfredo y Peixe—, pude superar. Con treinta kilos menos, me vi impulsado a buscar cómo salir adelante. Aún había más: mi empresa de decoraciones con globos quebró. No podíamos trabajar durante la pandemia, y una nueva ley sobre plásticos de un solo uso en México terminó por hundirnos.
De un día para otro, me encontré sin nada. Tuve pleitos familiares fuertes, provocados en principio por una persona que decidió desacreditarme ante todos. A finales de 2020, asumí la responsabilidad de mi casa y de mi papá, quien en aquel entonces tenía 93 años, una actividad que realicé durante cinco años. Yo no tenía idea de cómo llevar un hogar, limpiarlo o mantenerlo, y mucho menos cómo cuidar a mi padre; no conocía sus gustos y mis conocimientos culinarios eran menos que básicos. Afortunadamente, mi primo Gabriel me ayudó a salir del aprieto, enseñándome a limpiar mi casa y a hacer mil cosas de mantenimiento.
Ha sido un camino lleno de desafíos, tristeza y soledad, pero cada obstáculo se transformó en una oportunidad de aprendizaje y reinvención. Descubrí capacidades que jamás imaginé poseer. Los amigos se fueron, mi familia me dio la espalda, pero la vida
pero con los pies en la tierra,
dispuesto a continuar mi camino